Toda expresión hablada, sea positiva o negativa, produce una descarga emocional desde el cerebro.
Una PALABRA NEGATIVA o insultante activa la amígdala, estructura del cerebro vinculada a las alertas, y genera una sensación de malestar, ansiedad o ira.
Y es ahí cuando la persona tiene dos posibilidades: responder de una manera similar (incluso con una agresión física) o actuar con indiferencia, acudiendo a la razón.
Las PALABRAS POSITIVAS o estimulantes son asimiladas por el hemisferio derecho del cerebro, que es el de las emociones. Por lo tanto, van a generar placer, sorpresa y alegría. Sin embargo, todo depende del tono, el volumen y el contexto. "Hasta la ofensa más horrible puede ser asimilada coloquialmente si se dice en tono suave".
ANTES DE ANALIZAR las palabras, hay que revisar los procesos mentales y emocionales que las producen, pues aquellas son una consecuencia final.
La persona siente una emoción, la procesa internamente y luego escoge una palabra para denominar una emoción, y la comunica.
Lo realmente importante es analizar el ESTADO EMOCIONAL de las personas y el PORQUÉ de la amargura o agresividad que las lleva a usar malas palabras. Es decir, tienen que buscar una reparación emocional para que puedan comunicarse mejor.
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